Tengo dos carreras porque hice un doble grado de ADE y Turismo. Estuve de Erasmus y aprendí un segundo idioma: el italiano.
Tuve mi primer contrato en una de las empresas que más facturan de Extremadura y la realidad fue muy triste: me pagaban la mitad de lo estipulado y, a veces, parte de ese dinero me lo daban en metálico, es decir, en negro.
La mayoría de los meses se retrasaban y, si alguna vez me quejaba, me decían que, ya que tenía novio, él podía mantenerme.
En la entrevista de trabajo y también algunas veces me preguntaban si quería ser madre, repitiéndome una y otra vez que mientras que estuviese trabajando allí, mejor no.
Cuando alguna chica nueva entraba (los puestos de trabajo estaban muy diferenciados por sexos, y las que estábamos de cara al público siempre éramos mujeres), nos enseñaban su currículum y su foto y nos preguntaban si la conocíamos, si era de quejarse mucho y si tenía relación alguna con los sindicatos: no querían a nadie rebelde.
En verano, no nos ponían el aire acondicionado y pasábamos mucho calor: a pesar de todo, las clientas y los clientes seguían comprando.
Tenía muchas compañeras en las mismas condiciones y, algunas de ellas, no podían abrir la boca porque tenían hijas e hijos a los que alimentar. Las que no teníamos nadie a cargo, nos fuimos yendo poco a poco.
Actualmente trabajo en una tienda de ropa que pertenece a una cadena, y hay mucha competitividad, si no llegamos a los objetivos marcados, nuestro sueldo es una miseria.
En estas condiciones, y aunque mi pareja trabaja, no podemos plantearnos, ni siquiera a medio plazo, tener hijas e hijos.